lunes, 23 de julio de 2012

A Baixa 2012

El  viernes, seis de julio, enfilamos a Costa do Campo a las 8,30 con fuerte ánimo, pese a la previsión, que ya se estaba cumpliendo, de lluvias y nieblas; cruzamos la carretera de Cerdedo - La Estrada, bordeamos los molinos de Vesacarballa, atravesamos el puente de Saramagoso, nos dejamos caer a la izquierda hacia la Carballeira de Pequite, e iniciamos la subida entre acibros que movían las nieblas y las gruesas gotas de lluvia que caía de las hojas de los frondosos carballos; nuestro aliento jadeante, huía con las nieblas.
Salvando un pequeño muro, nos adentramos en una finca de eucaliptos, algunos ya cortados para la “generosa papelera” de la Ría de Pontevedra.
Nos despedimos del asfalto de la carretera de Campo Lameiro - Forcarey y disfrutamos de una pequeña llanura de viejos carballos que resistieron a los altos eucaliptos que los rodean.
De repente el grupo se para, se impone el silencio y miramos con recelo la imponente subida del Marco de Feal, tierra negra, que la erosión castigó sin vegetación. Los más jóvenes se sitúan en la retaguardia por si alguno de los mayores va a necesitar ayuda. No se mira la cima, y tampoco atrás, solo al suelo, la vara se hunde en la negra tierra, las rodillas apenas se doblan, la tensión se agita en torno al cerebro, el corazón se esfuerza, se impone la cadencia del jadeo, no se habla. Al llegar arriba, miramos hacia abajo, pero la niebla se había llevado la cuesta.
Una llanura nos lleva al rumor de los pinos da Espiñeira y tras la siguiente ladera de la montaña ya divisamos el cierre en el rellano del Peón. Allí no hay todavía ninguna grea, aunque sí algunas personas en las barras de los dos chiringuitos tomando bebidas calientes para combatir la lluvia y las nieblas que se enfrentan al sudor del esfuerzo y nos enfrían
Tras algunas discusiones y comentarios sobre las inclemencias del tiempo que estábamos afrontando, decidimos dirigirnos al Cádavo, la ruta más larga.
Al poco tiempo, y quizás para castigar nuestra osadía, arrecian lluvias racheadas y las nieblas nos ocultan lo que está a más de tres metros.
Entre idas y venidas de nieblas nos encontramos con una gran zona vallada del sector terciario del Ayuntamiento de Cerdedo, en el que se anuncia que está prohibido cazar, pero que a nosotros nos impide atravesar y nos obliga a bordear.
La nieblas y las alambradas nos desorientan y en vez de dirigirnos al Cádavo, caemos hacia el monte de A Conla.
Para volver a la ruta del Cádavo, bajamos por un cortafuegos, que en realidad es un cortapiernas, una fuerte pendiente de piedras sueltas y pequeñas que se desplazan al pisarlas y que provocan la caída de más de uno, por suerte con solo magulladuras.
El descenso lento nos obliga a estar pendientes de las idas y venidas de las nieblas y en momentos vemos la grandiosidad del valle a los pies del majestuoso Cadavo.
Por fin pisamos la carretera que nos lleva As Lamas, allí rodeamos a un grupo de diez bestas y cuatro potros y las metemos en la congostra. Los que todavía tenían fuerzas, inician la ascensión al Cadavo y los ya cansados, una fotógrafa belga, Michel, Pablo de Quireza, un padre con dos hijos pequeños nos quedamos cuidado el grupo de bestas.
Las nieblas vienen y van y de repente, mientras nos descubrían el Cadavo se nos aparece una estampa del libro de la selva: uno, dos, tres, cuatro, cinco jabalíes negros y detrás uno, dos, ….. hasta nueve jabatos de color pardo.
A las doce y media nos llaman desde A Fonte do Cabalo, y nos dicen que ya han cogido a grea del Makelele, caballo que hace dos años que no se baja.
Se acercan tres jinetes y tres personas con siete bestas, se escapan y Michel sale como un rayo saltando con la vara entre los tojos. Consiguen reducirlas y con cuidado, para que no se marchen todas, abrimos y entran en la congostra.
Son las tres de la tarde y vemos bajar as greas por la ladera del monte y llegan a la congostra. Son unas 90 bestas, las de los caballos, Makelele, Julio Rey y Chulo, no fue posible bajar la grea del Solitario. Podemos contemplar al poderoso Makelele, fuerte, negro azabache, con una concha blanca en la frente, cerviz rocosa, nervios en la cara, ojos grandes, desafiantes, escrutadores.
Después de un merecido reposo para todos as bestas, los montados a caballo y los de a pié, a las 15,30 se da la orden de reanudar la marcha. Se prepara el cordón y cubrimos los caminos laterales, cuando ya han pasado todas, Pablo de Quireza, nos invita a subir en el jeep hasta el Peón. En principio se lo agradecí pero al rato no tanto. El viejo jeep desbocado, se abría paso entre as piorneiras, grandes arbustos sin espinas, que cubrían todo el camino e impedían ver el suelo y lo que había delante del parabrisas. Las piorneiras golpeaban con fuerza en el cristal del parabrisas, me sentía copiloto de Harrinson Ford, Sylvester Stalone o Jean Claude Van Dame en Birmania, Vietnam, o Colombia, pero no me gustaba el papel. Pablo, y creo que el jeep también, conocían el camino. En momentos el jeep se detenía ante badenes infranqueables, frenaba, Pablo metía una reductora imposible y seguíamos el camino; en otras ocasiones detenía el jeep, me pedía la vara y punteaba en el suelo lleno de agua y vegetación para comprobar la firmeza y la profundidad del terreno. Llegamos al Peón y as bestas todavía estaban de camino. A los pocos minutos se oyen gritos y aparecen as bestas, rodeadas por jinetes y personas que corren, cuando se acercan al cierre entran a galope, capitaneadas por Makele. Son trescientas veinticinco bestas las que hay en el cierre. Nos desprendemos de los chubasqueros y atacamos el bocadillo que llevábamos en una bolsa de plástico atada al cinturón.
El descanso merecido para bestas y personas y el trabajo de los fotógrafos y cámaras de televisión se interrumpe con el grito “Vámonos” que significa que hay que rodear todas as bestas para llevarlas al cierre del Castelo, donde van a pasar la noche. Tres nos adelantamos para llegar al cierre antes que as bestas, pero por el camino encontramos un grupo de veinte bestas perseguidas por tres jinetes y dos personas a pié, colaboramos en su detención y rodeo, hasta que llegan todas as bestas.
Nos adelantamos y llegamos a casa a las siete de la tarde, los que se habían quedado en el cierre, llegan casi a las ocho de la tarde. Cansados, pero satisfechos, contentos y felices; un año más.